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CIUDADANÍA

10 julio, 2007

No se agota el tema de la Educación para la Cidadanía. Las aportaciones s emultiplican y se intenta justificar una materia que sólo se busca su justificación en este país donde todavía se reúne la Confernecia Episcopal y es noticia. El día que lo que dicen los obispos sólo le interese a miembros de esa Iglesia se acabará esta permanente defensa de de aquello que es una conquista de derechos.
Hoy otra aportación aparecida en El País. Espero que resulte interesante.

Nostálgicos del Trono y del Altar

JUAN GOYTISOLO 09/07/2007

http://www.elpais.com/

La lectura del reciente Foro de Debate de El Mundo en torno a la figura del cardenal-arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, me llenó de estupor. Tras dar la bienvenida al ilustre prelado, el director del diario madrileño le pidió disculpas por haber podido ofender a la Iglesia con motivo de una entrevista publicada en sus páginas con el escritor Álvaro Pombo, en el que éste zahería su beligerancia antilaica y su anatema contra el matrimonio homosexual. El homenaje de pleitesía a quien mejor encarna posiciones que en otros tiempos eran denominadas ultramontanas y que hoy lo son de integristas tiene al menos el mérito de dejar las cosas claras: para algunos la sociedad española, liberada al fin de siglos de tutela eclesiástica, debería someterse de nuevo a los preceptos y prerrogativas que la actual jerarquía religiosa añora y reclama en su peculiar guerra santa contra el «laicismo radical» y la, en verdad inocua, asignatura de Educación para la Ciudadanía, en la que «Dios no cuenta» y «la dimensión trascendente del ser humano queda reducida a la esfera de lo privado».

¿Disculpas? ¿Cabe excusarse con una institución que jamás lo ha hecho por los crímenes y brutalidades que jalonan su larga y poco piadosa historia? ¿Se ha disculpado la Iglesia por los tormentos y hogueras del Santo Oficio que acabaron con la vida de decenas de millares de españoles, acusados de judaizantes, luteranos, sodomitas, hechiceros y una larga lista de herejías reales o supuestas? ¿Por la condena de quienes se arriesgaron a pensar por su cuenta y a vivir de acuerdo con su naturaleza y creencias? ¿Por su reiterada excomunión de liberales, masones, republicanos, comunistas, etcétera, desde el absolutismo fernandino hasta hace unas cuantas décadas? ¿Por su intervención directa en las guerras civiles del XIX que frenaron la modernización de España y por su vergonzoso apoyo al pronunciamiento militar contra la República, calificada nada menos que de Cruzada en la Carta Colectiva del Episcopado de 1937? ¿Por el exterminio planificado de «los rojos» por ese mismo dictador católico a quien recibían bajo palio en sus tiempos y que acuñaba con su asenso las famosas monedas de «Caudillo de España por la Gracia de Dios»?

El actual e imparable proceso de apertura de la sociedad hispana eriza los cabellos de nuestros santos tonsurados. Sus iglesias se vacían, un creciente número de jóvenes se proclaman agnósticos y, pese a las apariciones carismáticas de los dos últimos Pontífices y la espectacular mercadotecnia a su servicio, la grey se aleja de ellos y no atiende a sus diatribas contra el funesto radicalismo que «niega la libertad religiosa». Podrían dar un ejemplo de humildad y de espíritu evangélico, pero no lo dan. Llenan sus arcas con el dinero del Estado, esto es, del bolsillo del contribuyente, ya sea católico o no, y no obstante de eso sueñan en el retorno a la alianza del Trono y el Altar. Presiden bodas principescas y de celebridades del orden de la hija del ex presidente Aznar en El Escorial, mientras privan de la facultad de decir misa a quienes se inspiran en las enseñanzas de Jesús de Nazaret en la medida en que su ejemplo pone al descubierto el fariseísmo propio y el afán de acumular poder y más poder.

Las leyes adoptadas en la actual legislatura responden a las realidades del cambio social y a las expectativas de la gran mayoría de españoles que les da la espalda. La simplificación de los procedimientos para abortar, la legalización del divorcio, la ley de parejas de hecho y el matrimonio homosexual no son los cuatro jinetes del Apocalipsis que amenazan, según ellos, los fundamentos de la sociedad. Quiebran tan sólo la sujeción de la conciencia de los fieles a los mandamientos de la Iglesia de Roma a través del confesonario y de la imposición de preceptos de imposible cumplimiento, como pueden ser el celibato de los clérigos y la castidad de los jóvenes. ¡No importa que el anatema contra los anticonceptivos condene a millones de africanos a una muerte lenta, víctimas del «monstruo de las dos sílabas», si sus sufrimientos en este bajo mundo le redimen de sus pecados (o de los de sus padres) y facilitan su acceso a la gloria eterna en el Más Allá!

Las tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones no concierne por ahora a nuestros dómines. La Iglesia de Roma no busca la confrontación con el islam: secretamente, lo admira y envidia. ¿Cómo se las arregla para mantener la fe de sus fieles y para congregarlos en sus templos en tanto que los suyos cierran por falta de público y las ovejas de su antiguo rebaño se entregan al hedonismo más descarado? El culpable es el laicismo, ese laicismo que permite vivir a cada cual conforme a su conciencia.

El proselitismo expansivo de las iglesias evangélicas en Iberoamérica, con la consiguiente deserción de una parte de la propia grey, agrava su angustia y dispara todas las alarmas. ¿Por qué las otras creencias se robustecen y la suya amengua? Y, en vez de proceder a un examen de su vida y conducta y a corregir su muy poco cristiana ostentación de riqueza, nuestros obispos vuelven la mirada hacia atrás. A la bendita época de Fernando VII y del generalísimo Franco, a esos centenares de mártires beatificados por Juan Pablo II en Valencia, a quienes el actual arzobispo de la ciudad, Agustín García-Gasco, quiere erigir un templo a imitación del excavado en el Valle de los Caídos. Pues, al tiempo que truenan contra la Ley de Recuperación de la Memoria Histórica de las víctimas de Franco, se aferran al recuerdo de las persecuciones religiosas evocadas machaconamente durante 40 años por los servicios de propaganda del Régimen y cuyo testimonio se perpetuaba (y a veces se perpetúa aún) en las lápidas que ornaban (u ornan) las fachadas de sus templos.

Lo que aprendieron duramente los españoles de derechas o de izquierdas tras 150 años de guerras civiles -acabar de una vez por todas con los hechos, situaciones y doctrinas que las provocaron- choca frontalmente con el programa de Rouco, Cañizares y de los portavoces de la cadena episcopal. Si no hay clima de guerra civil, habrá que inventarlo. España agoniza, vuelven los tiempos en los que será necesario defender los principios que sustentan con peligro de sus personas (y de las de los demás). Tales dislates, repetidos a diario, no responden, para desdicha suya, a realidad alguna. Los españoles nunca han vivido tan bien como hoy, aunque quizá el porcentaje de quienes salvan su alma haya descendido un tanto desde los tiempos felices de Arias-Salgado. La tolerancia y el respeto a la libre conciencia de los ciudadanos no matan a nadie. Son los fanáticos e intolerantes de toda laya quienes manchan sus manos de sangre. Menos de la suya, claro, que de la de los demás.

MÁS SOBRE CIUDADANÍA

7 julio, 2007

Educación para la ciudadanía da para mucho. Sigo con la idea de aportar documentos que sirvan para la reflexión y el intercambio de ideas. Antonio Elorza publica el artículo que sigue en El País y creo que su lectura es interesante para este debate.

Ciudadanía

ANTONIO ELORZA 07/07/2007

El País

«¿Quieres Marín que yo cante, al clero y la monarquía? ¡No comprendes ignorante, que esa canción no es la mía! ¡Que vaya el Nuncio y les cante!». La coplilla republicana, citada por Ramón Sender en su Mr. Witt en el cantón ilustra muy bien una cuestión actual: los límites que a sí misma construye la política opositora del Partido Popular. Es como si sus dirigentes creyeran en la prioridad de blindar a un núcleo duro de electores de derecha, reforzando hasta el límite su voluntad de oponerse a todas y cada una de las medidas del Gobierno, sin darse cuenta de que en la España actual, como en el resto de las democracias europeas, las elecciones se ganan en el centro y el maniqueísmo por principio se paga con la derrota. Puede resultar muy gratificante el espectáculo de unas masas enfervorizadas en la plaza de Colón gritando consignas y aireando pancartas de satanización, si bien lo que por una parte se consolida, por otra se pierde al suscitar el rechazo de una masa de ciudadanos que tal vez está descontenta, y muy descontenta, con aspectos decisivos de la política gubernamental, pero que no por ello se encuentra dispuesta a regresar al pasado.

La campaña contra la asignatura de ciudadanía constituye un óptimo ejemplo de ese irreflexivo espíritu de Cruzada que desde las pasadas elecciones viene animando a los populares. En lejanos tiempos de amistad, un encumbrado historiador decía a propósito de una pareja de historiadoras americanas que eran «antídotos contra la lujuria». La consideración de la mujer ha cambiado y la frase carecería de sentido en lo relativo a la belleza o fealdad. La caracterización sigue en cambio vigente aplicada al caso: el cardenal Rouco y sus seguidores ofrecen verdaderos antídotos contra una opción de voto razonable en un país laico como el nuestro.

Cuando durante siglos la Iglesia convirtió la enseñanza de la religión en un ejercicio de catequesis autoritaria, y todavía hoy se opone con éxito a su racionalización, al bloquear un imprescindible estudio del hecho religioso o de historia de las religiones, los feroces ataques contra la introducción de los adolescentes al conocimiento de la democracia tienen un inevitable efecto bumerán. Vienen a recordar que en el fondo de la mentalidad de la derecha española, con la Iglesia al frente y al fondo, anida la concepción tradicionalista de la ciudadanía como algo ajeno a lo que según ellos debiera ser el núcleo de la organización social, la condición de creyente. En el hermoso mosaico de la iglesia romana de Santa Pudenciana, del siglo V, la nueva religión se alza, simbolizada por la figura de Cristo, adoptada la barba de Zeus, al acoger la aportación de la filosofía griega. Nuestro catolicismo político no alcanza a entenderlo.

La gracia más repetida consiste en afirmar que la nueva asignatura es un remake de la franquista Formación del Espíritu Nacional, lo cual de nuevo nos hace pensar que las convicciones democráticas de nuestros militantes de derecha son bien débiles, ya que asimilan sin más un contenido fascista con el que puede ofrecerse para servir de fundamento a un comportamiento activo dentro de una sociedad regida por la soberanía nacional y enmarcada por el Estado de derecho. Como si hubiera conflicto alguno entre ser ciudadano y católico; lo de repartir las esferas entre el César y Dios, por este orden, no es un invento de los laicos. Por lo demás, si nos atenemos a la estimación implícita de aquello van a ser unas cuantas tonterías, sin otro contenido que formar futuros votantes socialistas, vamos a parar a una situación de pura y simple ignorancia. Claro que la ignorancia siempre viene bien a la hora de montar sucedáneos de cruzadas.

Es como si Rajoy y su entorno hubieran decidido desde el 14-M hacer de la conquista del centro un objeto imposible. Primero, con el interminable apoyo al espantajo de la teoría de la conspiración con ETA de guinda, luego con el ejercicio de la oposición como si se tratara de descalificar al Gobierno sin excepción ni pausa, dejando así escaparse las grandes ocasiones para mostrar los errores de Zapatero, y permitiendo a éste montar su supervivencia y eludir la responsabilidad de sus actos con sólo denunciar la cerrilidad de sus adversarios. Ejemplo reciente: las muertes del Líbano. Rajoy no es nulo, pero sí romo: nunca puede vencer, salvo si el terror nos invade a todos.

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

6 julio, 2007

Seguimos con el tema de Educación para la Ciudadanía y aportamos elementos para la reflexión y el análisis. El artículo que se adjunta está publicado en Rebelión.
Mañana más.

Educación (anticapitalista) para la ciudadanía

Esteban Hernández

elconfidencial.com

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=53161

La izquierda no es relativista: cree en conceptos fuertes de verdad y de justicia. Nada que ver, por tanto, con esas ideas recientes según las cuales todo quedaba reducido a la opinión de cada cual, donde una cosa no era más cierta que otra, donde todo dependía de la mirada de los observadores. Al menos así es la izquierda que defienden Carlos y Pedro Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero y Miguel Brieva (ilustrador) en Educación para la ciudadanía; Democracia, capitalismo y Estado de Derecho (Ed. Akal), un libro que fue pensado como apoyo para esa asignatura últimamente tan cuestionada y que será ampliado el próximo año al objeto de convertirle en texto docente para los alumnos de 14 y 15 años.

El punto de partida con el que los autores abordan la asignatura se hace, pues, muy evidente en el contenido de la obra: “Los libros de texto que van apareciendo se olvidan siempre de que estamos en una sociedad capitalista. Nosotros queríamos subrayar ese hecho, haciendo saber que no vamos a pasar por el aro neoliberal sin ningún tipo de espíritu crítico”. Carlos Fernández Liria espera los reproches, toda vez que “se nos acusará desde la derecha de estar haciendo adoctrinamiento marxista, pero sólo decimos la verdad: que una educación en valores no puede olvidar la realidad. El Estado de derecho y la ciudadanía, por ejemplo, son proyectos ideales, y teníamos que ver cuál era la expresión real de esos principios”. Pero esto, resalta Fernández Liria, “no significa que estemos politizando la asignatura; quienes están haciendo verdadera política son quienes dicen no hacerla”.

En realidad, la postura política que invocan los autores fue poco apreciada en sectores de la izquierda del siglo XX, que veían en el Estado de derecho y en la democracia parlamentaria simples residuos ideológicos de la burguesía capitalista. Y que sean ahora reivindicados continúa generando ampollas en esos mismos sectores. “Nuestra defensa del Estado de Derecho ha sorprendido en algunos ámbitos de la izquierda, especialmente en sectores del partido comunista. Además, la izquierda más dogmática nos ha acusado de una deriva socialdemócrata. Pero no estamos dispuestos a aceptar esa clase de postulados”. Sobre todo porque, en opinión de Fernández Liria, “lo que ha demostrado la historia del siglo XX, y damos datos comprobables en el libro, es que el capitalismo y la democracia parlamentaria son estrictamente incompatibles. El parlamentarismo ha funcionado bien siempre que ha gobernado la derecha, pero cuando la izquierda ha llegado al poder y ha querido gobernar con su programa dentro de la democracia nunca se la ha dejado: o se han dado golpes de Estado o se ha hostigado duramente a los países que la izquierda dirigía. Por eso decimos que con el socialismo sí es posible que el Estado de Derecho funcione y que no lo es con el capitalismo”.

Y es que la perspectiva de los autores trata, además, de recuperar para la práctica política conceptos ilustrados que la izquierda ha tendido a ignorar. “Lo que pretendemos – afirma Carlos Fernández Liria- es recuperar el nervio ilustrado del pensamiento de Marx, que se puede rastrear y que es plenamente válido: existe un Marx completamente ilustrado”. Pero si algo se ha resaltado del filósofo alemán en los últimos 50 años no ha sido precisamente esa vertiente. “Somos muy conscientes del desastre teórico y práctico de la tradición marxista. Por una parte se malinterpretó a Marx y por otra se generó, posiblemente a consecuencia del fracaso político, un Marx académico y posmoderno de escasísima relevancia práctica o política”. El resultado final es que “se trata a Marx como si fuera un perro muerto, como si ya no tuviera gran cosa que decir. Y más al contrario, su pensamiento está enteramente vivo y resulta muy pertinente si se trata de llenar de contenido algo como la Educación para la ciudadanía. Porque se trata de medir la sociedad capitalista con el lema ilustrado de la sociedad moderna”.

Y uno de los asuntos donde más llama la atención su rescate de la vertiente ilustrada del filósofo alemán es en el análisis de los lazos colectivos. Mientras que la izquierda de los últimos tiempos ha prestado escasa atención a la disolución de los vínculos sociales, la derecha ha reparado en ellos con alguna frecuencia. Así, la invocación a la familia, a la conveniencia de sociedades estables y firmes y a una vida donde las expresiones culturales y religiosas podían tener cabida eran asuntos particularmente exhibidos por la derecha, que veía en los comunistas a quienes pretendían poner fin a ese mundo de valores necesarios. Pero, argumenta en el texto Fernández Liria, “si a ojos de pensadores reaccionarios tan perspicaces como De Maistre, Burke o De Bonald, el proyecto de emancipación puesto en marcha por la revolución amenazaba con reducir a los hombres de distintos pueblos y naciones a una vacía abstracción, la expansión del capitalismo ha dado pleno cumplimiento a esa amenaza”. Así, quien está acabando con la familia, la nación, la tradición o la religión no es el comunismo sino el capitalismo. “Cuando preguntaron a Hannah Arendt por su relación con el marxismo contestó que no compartía el entusiasmo de Marx por el capitalismo. Y es que al comienzo de El manifiesto comunista encontramos la mayor alabanza al sistema capitalista que podía darse en aquella época. Y es que, aunque Marx lo percibió con claridad, no le parecía mal del todo que el capitalismo estuviera disolviendo cualquier vínculo social, destruyendo la familia, la diferencia sexual y la separación entre vida adulta e infantil. A él no le parece mal porque cree que no va a durar mucho y que de ese caos surgirá alguna fuente positiva de desarrollo humano. Pero el capitalismo ha durado mucho y parece que va a durar más aún…”

Por eso se hace necesario revisar esa postura. “Es lógico tirar, pues, de marxistas como Walter Benjamin, que insistían mucho en la idea de que el capitalismo es un tren sin freno y que el socialismo es un freno de emergencia; de que el actual sistema productivo va a toda velocidad, no puede ralentizar su ritmo y no puede detenerse por sí mismo”. Un buen ejemplo sería, según Fernández Liria, el ecológico, “ya que se han desatado todas las alertas y se prosigue por el mismo camino. Y no sólo eso, sino que tratan de sacar provecho, como prueba que EEUU y Rusia estén ya negociando la comercialización de las nuevas vías marítimas que se abrirán cuando se deshiele el Polo Norte. En otras palabras, tenemos un planeta finito para un sistema productivo que requiere de recursos infinitos”.

Frente a eso, habría que luchar por el derecho a la lentitud. “El ritmo de la ciudadanía, de la vida ciudadana, es mucho más lento que el de la especulación financiera que viaja a la velocidad de la luz. La vida político-parlamentaria siempre irá a remolque de unas exigencias económicas que se mueven muchísimo más rápido. Todos los días da tres veces la vuelta al mundo un montante equivalente al PIB español especulando con los tipos de interés: no hay vida política que pueda amoldarse a un ritmo tan vertiginoso”. Con los grandes perjuicios que eso comporta para el hombre común, porque termina produciendo “la unión entre capitalismo y nihilismo: Una sociedad nihilista es una sociedad antropológicamente imposible. Y en ella el hombre pierde toda orientación moral. Y eso es lo que está ocurriendo con el capitalismo”.

CONTRIBUCIÓN AL DEBATE Y LA REFLEXIÓN

4 julio, 2007

Para contribuir al intercambio de reflexiones sobre la materia recién introducida en Primaria y Secundaria va este documento publicado hoy en El País. Se aceptan todo tipo de sugerencias.

¿Ciudadanos o feligreses?

FERNANDO SAVATER

El País 04/07/2007

En los últimos tiempos han proliferado los libros en torno al fenómeno religioso o, más bien, contra la religión: Daniel Dennett, Richard Dawkins, Michel Onfray, Sam Harris, André Comte-Sponville, Christopher Hitchens… En ese catálogo, los autores anglosajones destacan por su agresividad y también por un cierto candor misionero en su refutación de las viejas creencias. Incluso dedican numerosas páginas a demoler las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (que no han mejorado desde Tomás de Aquino), empeño que a estas alturas del siglo XXI, y con Hume, Kant y Freud a nuestras espaldas, resulta casi conmovedor de puro antiguo, como bordar fundas para almohadas o algo así. Al parecer dan por descontado que aportando razones lograrán librar a los ilusos de convicciones que, ay, ninguno de ellos ha adquirido por vía racional. Dicho sea en su descargo, los autores citados son más bien científicos (o partidarios de subordinar la filosofía a la ciencia, como antaño fue «criada de la teología»), o sea, expertos en el manejo de los números y en la experimentación con los hechos, pero deficientes en la comprensión de los símbolos.

También hace simpática su irritación la obstinación oscurantista con que los creyentes norteamericanos se emperran en convertir la Biblia en un tratado de geología o de paleontología inspirado por la divinidad. Que hoy todavía, cuando tanto ha llovido ya desde el Diluvio, en el país científicamente más desarrollado del mundo, el llamado «diseño inteligente» tenga el triple de aceptación popular entre la población que lo enseñado por la biología actual sobre la evolución de las especies es como para impacientar a cualquiera. Sobre todo cuando este abuso de piedad tiene efectos prácticos peligrosos, pues uno de cada tres norteamericanos piensa que no es urgente tomar ninguna medida contra el cambio climático porque en esas cosas hay que fiarse de la voluntad de Dios…

Como en Europa tal uso fundamentalista de la religión no es corriente, el acercamiento que incluso los más críticos tenemos al fenómeno de la creencia religiosa suele ser más matizado. A mi libro La vida eterna algunos le han reprochado un planteamiento demasiado comprensivo de la fe (otros muchos lo han censurado por lo contrario, desde luego). Una reseña acaba con gracia lamentando que «a este paso, acabar con la religión nos va a costar Dios y ayuda». La verdad es que no considero tal liquidación un objetivo deseable (además de que lo tengo por imposible). Me parece que la religión es un tipo especial de género literario, como la filosofía, y combatirla como una plaga más sin atender los anhelos que expresa es empobrecedor no sólo para la imaginación, sino hasta para la razón humana. Temo que tan crédulos son quienes utilizan la Biblia para combatir a Darwin como los que dan por sentado que una dosis adecuada de neurociencia disipará todas las brumas teológicas. Además, he vivido lo suficiente para no pretender privar a nadie de ningún consuelo que pueda hallar frente a la desbandada del tiempo y el dolor, aunque yo no lo comparta. El único consejo adecuado que se me ocurre para los que padecen exceso de celo religioso es el que, inútilmente, ya formuló hace mucho Santayana: «Las doctrinas religiosas harían bien en retirar sus pretensiones a intervenir en cuestiones de hecho. Esta pretensión no es sólo la fuente de los conflictos de la religión con la ciencia y de las vanas y agrias controversias entre sectas; es también la causa de la impunidad y la incoherencia de la religión en el alma, cuando busca sus sanciones en la esfera de la realidad y olvida que su función propia es expresar el ideal».

Sin embargo, parece que los jerarcas eclesiásticos no están dispuestos a que nos olvidemos en España de los aspectos más nefastos de la influencia religiosa en el orden social. La campaña contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, que incluso lleva a algunos orates de confesionario a promover nada menos que la objeción de conciencia de alumnos y profesores, constituye una muestra abrumadora de la manipulación descarada de la ignorancia popular que ha sido durante siglos marca de la Santa Casa. Se engaña con descaro a la gente diciendo que esta materia interfiere con el derecho de los padres a educar moralmente a sus hijos, que sólo los padres poseen tal derecho y que, si el Estado intenta instruir en valores, se convierte en totalitario o al menos en partidista (esto último por culpa de Gregorio Peces-Barba, al que creíamos un bendito). ¡Cuánta ridiculez! Por supuesto, no faltan los que invocan enseguida a la Constitución en su apoyo. Después de que ciertos abogados del Gobierno de Zapatero nos han enseñado asombrosamente que los ciudadanos españoles tienen derecho constitucional a votar a partidos que excusan o amparan el asesinato de sus adversarios ideológicos, he aquí que los antigubernamentales pretenden que la Constitución reserva el monopolio de la educación moral a los padres, sean de la ideología que fuere. A este paso, la gente terminará cogiendo miedo a la Constitución, a la que se presenta como cueva original de tales disparates…

Afortunadamente, en este caso basta con consultar el texto constitucional para salir de dudas. En efecto, el punto tercero del artículo 27 de nuestra Carta Magna establece que «los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Pero antes, el segundo dice que «la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales». Los padres tienen derecho a formar religiosa y moralmente a sus hijos, pero el Estado tiene la obligación de garantizar una educación que desarrolle la personalidad y enseñe a respetar los principios de la convivencia democrática, etc. ¿Acaso esta tarea puede llevarse a cabo sin transmitir una reflexión ética, válida para todos sean cuales fueren las creencias morales de la familia? También los padres tienen derecho a alimentar a sus hijos según la dieta que prefieran, pero, si el niño a los ocho años pesa 100 kilos o sólo seis, es casi seguro que los poderes públicos intervendrán, porque -más allá de los gustos de cada cual- existe una idea común de lo que es un peso saludable. De igual modo, existe una concepción común de los principios de respeto mutuo y de pluralismo valorativo en que se funda la ciudadanía, y hay que asegurar que sean bien comprendidos por quienes mañana tendrán que ejercerlos. La libertad de conciencia, por fin aceptada por la Iglesia tras perseguirla durante doscientos años, admite perspectivas morales distintas, pero enmarcadas dentro de normas legales compartidas, como mínimo común denominador democrático.

Este planteamiento nada tiene que ver con los excesos del sectarismo izquierdista, como creen o fingen creer los ultramontanos. En su libro La justicia social en el Estado liberal, Bruce Ackerman lo describe así: «El sistema educativo entero, si se quiere, se asemeja a una gran esfera. Los niños llegan a la esfera en diferentes puntos, según su cultura primaria; la tarea consiste en ayudarles a explorar el globo de una manera que les permita vislumbrar los significados más profundos de los dramas que transcurren a su alrededor. Al final del viaje, sin embargo, el ahora maduro ciudadano tiene todo el derecho a situarse en el punto exacto donde comenzó, o puede también dirigirse resueltamente a descubrir una porción desocupada de la esfera». El proyecto de Educación para la Ciudadanía va en esta dirección liberal, y probablemente hará falta cierto rodaje hasta que perfile sus contenidos y los profesores acierten con el método de enseñanza. No todos los manuales serán igual de adecuados (ya rueda alguno deplorable por ahí, junto a otros buenos), pero lo mismo pasa en historia, literatura… o ética, asignatura que nadie consideró totalitaria a pesar de que «competía» con la enseñanza moral familiar.

Lo que me asombra es la postura del PP en este asunto. La presidenta de la Comunidad de Madrid se enorgullece (entrevista en Abc, 1-VII-07) de haber dispuesto de tal modo los asuntos educativos en sus dominios que no se dará Educación para la Ciudadanía. ¡Enhorabuena! Pero ¿qué diríamos si escuchásemos tal muestra de rebelión imbécil a Ibarretxe o Carod Rovira? Si los defensores de la unidad de España -que es la igualdad ante la ley del Estado de Derecho- piensan así, no es raro que prospere el separatismo. Por lo demás, lo de esta asignatura no es más que un síntoma de la complacencia con lo peor del clericalismo y el integrismo antiliberal. Ya he tenido ocasión de leer a César Vidal y a algún otro carca apologías de los gemelos polacos por su firmeza reaccionaria frente al «pensamiento único» progresista. ¿Son realmente éstos los ideólogos de choque del PP? ¿Su proyecto político va a dirigirse hacia la sana y vaticana «polaquización» de España? Pues si es así nada, con su pan se lo coman.